Nuestra escapada de cuatro días a Dublín llegaba a su fin. El último día en la capital irlandesa lo dedicaríamos a visitar uno de sus museos: el dedicado a uno de sus iconos: el Leprechaum, y a disfrutar de uno de los parques de la ciudad que más me gustan: el Stephen Green.
Día 4
Tras dejar las maletas listas en la recepción del hotel, para recogerlas más tarde para ir al aeropuerto, y el desayuno, nos dirigimos en primer lugar a visitar la estatua de James Joyce. Está en la esquina de O’Connell Street, con 2 Earl St, a la altura de The Spire. El día anterior cuando habíamos pasado por allí, ni nos habíamos acordado de que estaba ahí. En mi anterior viaje, 16 años antes, me había hecho una foto con la estatua, y me apetecía volver a hacerme otra.
Con la foto de rigor hecha, vamos andando hasta el Museo de Leprechaum que no está muy lejos de donde nos alojábamos. No habíamos leído mucho respecto a este museo, solo que está dedicado un personaje mitológico muy querido y popular en Irlanda: el Leprechaum, y pensamos que podía ser una buena opción si viajas con niños a Dublín, pero nos equivocamos totalmente.
El Museo de Leprechaum
En internet buscando información, solo habíamos visto una foto curiosa: la de una habitación con unos muebles enormes, en la que te puedes sentir como un Leprechaum, y es que este personajillo es un duendecillo pequeño, que viste de verde, y que dicen que aparece al final de un arco iris con una olla llena de monedas de oro. Si curioseas por las tiendas de souvenirs en Dublín, verás muchísimas referencias al famoso Leprechaum: muñecos dedicados al duende, gorros como el que usa…
La verdad es que pintaba bien por las fotos. Así que allá que fuimos, pero la desilusión fue mayúscula. Según llegamos, no pudimos entrar y eso que llegamos justo cuando abrían a las 10.00 horas, sino que tuvimos que esperar porque solo se pasa mediante visita guiada y aunque llegamos cinco minutos después de su apertura, hasta casi media hora después no había ninguna visita hasta entonces. Nos dijeron que era en inglés, pero que era fácil de seguir. Así que decidimos quedarnos.
En ese momento no reparamos en que fuera en inglés fuera un problema porque pensamos que lo que se iría viendo supliría ese pequeño ‘problema’. Durante la visita se pasan por varias salas. La primera es una donde encuentras diferentes documentos sobre la representación del Leprechaum en el arte o en el cine y a continuación se pasa por otras salas en las que se ve la habitación donde duerme el Leprechaum, la olla de las monedas, la sala de los muebles gigantes, el bosque… En cada una de ellas te va contando en inglés historia sobre el duendecillo.
A cada sala, la peque se iba aburriendo más… y unido que estaba todo poco iluminado, pues le iba también entrando cada vez más miedo (tenía solo 3 años recién cumplidos). Al final, decidimos abandonar la visita a la mitad. Nos pareció muy decepcionante, incluso la famosa sala con los muebles grandes, que al final no era para tanto. Después de la visita, podemos decir que es un museo bastante prescindible y que hay en la ciudad otras cosas mucho más interesante incluso para los que viajan con niños.
De allí, regresamos un día más a la Catedral de Saint Patrick. En las ocasiones había estado lloviendo y quería hacer una foto sin lluvia. La peque aprovechó mientras tanto para jugar en los columpios junto a la catedral. Una cosa que me gustó de Dublín es que tiene muchos parques infantiles para que los peques se diviertan.
San Valentín y Stephen Green
Continuamos la ruta que fuimos improvisando ese día hasta llegar a la iglesia carmelita de Whitefriar Street, donde se supone reposan las reliquias de San Valentín en una pequeña urna bañada con sus sangre. Se encuentran en esa iglesia solo desde hace casi dos siglos cuando el papa Gregorio XVI las regaló al templo. Por fuera, pasa bastante desapercibida porque está entre edificios. Si no tienes tiempo, no es una visita imprescindible, pero es algo curioso, al menos.
Lo que sí se merece una visita, sobre todo viajando con niños, es Saint Stephen Green, uno los parques más grandes y antiguos de Dublín. Tiene un bonito estanque en el que además de patos y cisnes, hay ¡gaviotas! Tiene además, una zona infantil bastante grande con muchos columpios y toboganes que hicieron las delicias de Iris… ¡¡Casi no podemos traérnosla de allí!
Nos habría gustado entrar en el Museo de Cera que no quedaba lejos de allí, pero nuestro tiempo en la ciudad llegaba a su fin. Regresamos al hotel andando a recoger nuestras maletas, paseando por última vez por Grafton Street y el puente de O’Connell.
Para llegar al aeropuerto, cogimos el Airlink, al igual que habíamos hecho a la ida, pues ya contábamos con el billete de vuelta, como os contamos en el post de organización del viaje. La última comida en Dublín, la hicimos ya en el aeropuerto, mientras esperábamos que llegara la hora de embarcar en nuestro avión. ¡¡Hasta pronto, Irlanda!!
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